No importa lo que pensemos del cristianismo, la mayoría de la gente está de acuerdo en una cosa. Durante su vida, Jesús dio un muy buen ejemplo de paz y amor. Y no es como que tuvo una vida fácil. Se enfrentó a una controversia insuperable. Muy a menudo, era el blanco de odio injustificado. ¿Cómo ahogó su indignación?
A veces, no lo hizo. Jesús canalizó su enojo en el defender a otros cuando realmente importaba. Cuando vio oportunistas aprovechándose de los pobres, los enfrentó sin dudarlo. Pero él sabía cómo escoger sus batallas. Una vez, un grupo de hombres le escupió la cara a Jesús, le pegaron, bofetearon y, sin embargo, Jesús no contraatacó.
Hoy en día, es difícil imaginarse cómo pudo tragarse la ira. Todos hemos sentido nuestra sangre hervir cuando la política sale en una conversación y hemos estado tentados a sacarlo todo en redes sociales. Parece que cada día nos enfrentamos a algo contra qué pelear. Aunque nuestro enojo muchas veces está justificado, tiene un grave efecto en nuestra habilidad de comunicarnos los unos con los otros. Y honestamente, no se siente bien.
Al contar esta historia, nos recordamos a nosotros mismos que aun cuando alguien prueba nuestra paciencia o nos trolea, tenemos la opción de trascender.
