Todos conocen a alguien que puede hilvanar historias. En reuniones, estas captan la atención de quienes están al alcance del oído y no te sueltan hasta que el pez sea capturado, el objeto perdido sea encontrado o alguien sea salvado de un desastre garrafal. Hay una sonrisa en la voz del contador de historias, cierta carisma en sus palabras. Y sus historias son transmitidas de generación en generación y de lado a lado hasta que se convierten en nada menos que leyenda familiar.
A mayor escala y de manera similar, los mejores contadores de historias de todos los tiempos y sus historias perduran. La poesía de Homero. Las obras de Shakespeare. Y sí, las parábolas de Jesús. Es probable —ya sea que estés familiarizado con la historia personal de Jesús o no— que hayas escuchado algunos de sus relatos. ¿Tal vez «El hijo pródigo» o «El buen samaritano»? Aun si esos títulos no se te hacen conocidos, probablemente has escuchado sus recuentos. Porque no hemos dejado ir esas historias. Con ellas, Jesús captó nuestra atención.
Durante su época, es evidente que Jesús también captó la atención de su audiencia inmediata. Él era conocido por atraer una multitud cada vez que hablaba, ya sea caminando afuera o al sentarse en la mesa. Y puedes imaginarte la alegría en su voz cuando hablaba sobre un pastor que encontró a su oveja perdida o sobre un padre que le dio la bienvenida a su hijo caprichoso.
Las historias de Jesús fueron —y todavía son— convincentes.
Pero como todas las historias con capacidad de perdurar, ellas hacen más que solo entretener. Tienen sentido. Eso es lo que les da valor a las historias. Algunos les llaman «logos» a las historias de Jesús, lo cual simplemente se traduce como «palabra», pero todos sabemos que las palabas deben ponerse en el orden correcto para equivaler a algo. Y Jesús ordenaba sus palabras con propósito, enfatizando la verdad sobre la sabiduría, el discernimiento y el amor. Cuando vemos este «logos» en cualquier historia —desde las parábolas de Jesús hasta nuestros cuentos de hadas favoritos; desde películas populares hasta las noticias— lo reconocemos. Resuena cuando la bondad prevalece. Y esta bondad es lo que nos une. Es parte de nuestra experiencia humana compartida.
Es por esto que aún podemos recurrir a las historias de Jesús y usarlas como puntos de referencia. Resulta que las cosas no han cambiado mucho. Los humanos todavía son humanos y el mundo todavía se alimenta de historias. Y Jesús contaba algunas de las mejores.