Puede ser difícil imaginarse a Jesús lidiando con estas cosas, particularmente porque a él se le conocía por su mensaje hospitalario. Él contó historias de grandes banquetes a los que sí, todos estaban invitados (aunque no todos asistían). Él motivaba a todos los que escuchaban sus enseñanzas a que tomaran un descanso con él, que caminaran a su lado. Y que encontraran seguridad en él al pasar por tiempos difíciles. Él era un hombre con la misión de que todos se unieran a él en lo que sea que hacía… incluyendo la cena.
Esto nos trae a los eventos a los que Jesús asistía, muchos de los cuales deberían sonar conocidos. Como nosotros, su familia y amigos estaban atraídos a reunirse por la comida y celebraciones anuales. Había veces cuando se sentaban a la mesa para disfrutar de la compañía de todos. Y había veces cuando la cena no ayudaba a reducir la división. Al igual que nosotros, Jesús también tuvo que lidiar con relaciones personales difíciles, desacuerdos en temas políticos y religiosos, e incluso cosas más insignificantes como reñir sobre quién iba a hacer todo el trabajo de las festividades de ese día.
Pareciera que Jesús lo vivió todo. Cenó con aquellos que abiertamente lo desafiaron mientras comían. Compartió el pan de cada día con un hombre que Jesús sabía que lo traicionaría. Se autoinvitaba a cenas a pesar de la consternación de los demás. Asistió a una fiesta con personas de la alta sociedad y observó mientras competían por el mejor asiento. Hasta intentó celebrar un día festivo con sus amigos solo para tener a su familia «invadiendo» el evento e irrumpiéndolo porque querían bajarle de tono a su misión… porque consideraban que Jesús estaba llamando demasiado la atención.
Sin embargo, Jesús no se disuadió. Él estaba determinado en reunir a la gente en un banquete enorme— lo que quería decir que, durante los más pequeños, él era cuidadoso e intencionado con sus palabras—. Él se abstenía de discutir, y en vez de eso, discutía sobre las diferencias con paciencia, entendimiento y genuina curiosidad. Y rara vez rechazaba una invitación. Al final, siempre había alguien que salía cambiado porque Jesús iba más allá que tan solo comer con ellos. Él compartía el pan de cada día con ellos, sabiendo que esa era la clave.
Durante una de las últimas comidas de Jesús sobre la Tierra, él viajó con un hombre llamado Cleofas, cuyas políticas no les permitían estar en completo acuerdo el uno con el otro, aun tras haber pasado todo el viaje discutiendo cosas. Después de un día de viaje completo, no habían progresado en sus diferencias — hasta que se sentaron a compartir una comida—. Fue entonces que, al compartir el pan de cada día, llegaron realmente a conocerse. Había algo especial en haber compartido esa comida… y probablemente todos podemos aprender algo de ello.
Durante las diferentes épocas del año, desde Año Nuevo hasta Navidad, hay oportunidad de recibir a más invitados en nuestras mesas, de reparar relaciones y de compartir algo más que la comida. Toma trabajo hacer que las dinámicas familiares y con los amigos funcionen. Pero si estamos dispuestos a navegar estas cenas como Jesús lo hacía, podríamos descubrir que una comida puede alimentar el alma — y a cambio, hacernos querer invitar a todos a la fiesta. De verdad.