Jesús era radicalmente altruista. El amor que le demostraba a los demás no buscaba nada a cambio. Él le daba su tiempo y energía libremente a quienquiera que se lo pidiera e incluso a quienes no se lo pedían; hasta se humilló al punto de lavarle los pies a sus amigos —un acto reservado para un sirviente—. Él era altruista.
Pero no dejaba que su energía se agotara. Una y otra vez en las Escrituras lo vemos dejar a las multitudes y a sus amigos para pasar tiempo en soledad para orar y recargarse. Y los momentos que eligió para alejarse pueden hacernos entender un poco el por qué esta práctica era tan importante.
Uno de los primeros ejemplos de Jesús pasando tiempo a solas podría no sonar como cuidado personal para muchos de nosotros —pasó cuarenta días en el desierto a solas enfrentando un periodo de tentación agotador—. Pero tan pronto como terminó su sabático en la desolación, empezó su ministerio de tres años que incluía viajar por todos lados, hacer discípulos, predicar a grandes multitudes y la lista continúa. Parece entonces que sus 40 días sirvieron en cierta medida como preparación: llenar el tanque para lo que iba a ser un viaje agotador, asegurarse de estar listo para él y obtener claridad para ver cómo sería exactamente. Con frecuencia a lo largo de su ministerio, hizo pequeñas paradas técnicas como esta para descansar y también para recargarse. Incluso les instó a sus seguidores que hicieran lo mismo
Otra vez que Jesús hizo espacio para estar solo fue cuando se enteró de que su primo y buen amigo, Juan el Bautista, había muerto. Se fue para poder llorar su muerte. El resultado de amar a los demás de la manera en que Jesús lo hacía —plenamente, desinteresadamente, incondicionalmente— es que terminas realmente comprometido. Últimadamente, eso es algo bastante bueno, pero puede hacer que una pérdida que ya es difícil de por sí la sea todavía más. Una vida que se vive por los demás, es una en la que compartes muchas más alegrías de las que compartieras de otro modo, pero también es una en la que compartes más tristezas, y Jesús hacía espacio para ambas. En este caso, necesitaba tiempo a solas para procesar y lamentarse antes de poder continuar su ministerio.
Un último ejemplo de Jesús practicando el cuidado personal es fácil de pasarlo por alto. Está la vez que Jesús y sus discípulos están rumbo al siguiente pueblo para continuar su ministerio, y simplemente están caminando por una calle. Alrededor del mediodía se detienen y todo el grupo va al pueblo en busca de comida para el almuerzo —todo el grupo excepto Jesús—. En cambio, Jesús simplemente se sienta junto a un pozo y toma un descanso porque estaba «cansado de su viaje». Jesús no solo practicaba el cuidado personal emocionalmente, sino físicamente. Descansaba cuando su cuerpo lo necesitaba. Es tan simple como eso.
Lo que creo que conecta todo esto es el hecho de que nosotros, como humanos, tenemos límites y capacidades. Jesús no estaba exento de ellos, y sus muchas decisiones de descansar, orar y tomarse tiempo a solas son evidencia de eso. Jesús estaba consciente de sus límites y daba un paso atrás cuando los excedía. Cuando hablamos de cuidado personal, podemos llevarlo demasiado lejos hacia una de dos direcciones. Podemos ignorarlo por completo y dar y dar y dar hasta que no quede nada de nosotros que dar. Eso no es bueno ni para nosotros ni para las personas que estamos tratando de cuidar, ya que no pueden obtener lo mejor de nosotros cuando estamos agotados. O bien, podemos poner el cuidado personal en un pedestal y usarlo para justificar siempre ponernos a nosotros mismos primero, sin nunca amar verdaderamente a las personas desinteresadamente. Jesús no se equivocó en ninguna de estas direcciones. Su vida sugiere que la mejor manera de vivir, de la manera más plena, es entregamos hasta nuestros límites nos lo permitan y luego recargarnos para poder hacerlo de nuevo. Nos cuidamos a nosotros mismos para poder cuidar mejor de los demás.