Jesús tenía un gran potencial de ingresos. Era un orador dotado, acumulaba seguidores y su nombre era bastante conocido. Tenía buenas razones para capitalizar su talento y también su fama, especialmente considerando dónde empezó…
Cuando Jesús nació, no fue colocado en un lujoso moisés, ni siquiera en una cuna básica. Por necesidad, su madre lo colocó en un pesebre, un comedero para ganado. A partir de ese punto, a medida que crecía, aprendió el oficio de su padre, que no eran actividades bancarias ni nada por el estilo, sino que carpintería. Trabajo manual. Hasta los treinta años de edad, esto es lo que Jesús hacía mientras vivía en lo que muchos consideraban una ciudad en un rincón perdido.
En resumidas cuentas: Jesús empezó en desventaja con una posibilidad de ascenso social limitada.
Y luego, Jesús abandonó su hogar y sustento para vivir viajando enseñando. Tenía un mensaje sobre el amor, el perdón y la esperanza que quería difundir. Viajaba tan solo con lo que llevaba puesto y no sabía dónde recostaría su cabeza cada noche.
Sin embargo, a pesar de su carencia de hogar, Jesús se hizo fama por tener una hospitalidad radical. Invitaba a todos a unírsele, sin importar sus historias o posiciones sociales. Cuando esta bienvenida sin restricciones se les ofrecía a las personas, a menudo terminaban acercándose.
Tomemos, por ejemplo, a Simón, un extremista que quería erradicar el dominio romano sobre los judíos derramando sangre, y a Mateo, un recaudador de impuestos que, al contrario, servía felizmente a los romanos para llenar sus propios bolsillos. En teoría, estos dos hombres no deberían haber podido estar juntos en la misma habitación, pero al caminar con Jesús, sus aspiraciones cambiaron. Abrieron sus corazones el uno al otro y se volvieron como familia.
Jesús tenía este efecto en las personas. Él valoraba a quienes lo rodeaban por encima de los «bienes materiales» de la sociedad. Esta actitud contraria fue fundamental en sus enseñanzas. Él creía que el amor desinteresado resultaba en una felicidad más allá de lo que cualquier cosa material en la vida pudiera ofrecer. Y su mensaje se propagó como un incendio arrasador. En cierto punto, sus muchos seguidores quisieron sublevarse y nombrarlo su gobernante. Esa posición habría venido con dinero y poder interminables, pero Jesús la rechazó para poder continuar su misión.
Él creía tanto en este mensaje que lo personificó hasta el final de su vida. En sus últimos días, se burlaban de él llamándolo un hombre de medios económicos. Un «rey» era lo que sus rivales lo llamaban mientras le colocaban una corona falsa de ramas espinosas sobre su cabeza. Lo que no sabían era que Jesús había vivido la vida de riqueza más grande de todas, llena de un amor tan inmenso que él estaba dispuesto a sacrificarlo todo por todos —que es exactamente lo que hizo—.
Jesús enseñó que no hay amor más grande que sacrificarse por los demás. Y como el tiempo lo ha comprobado, Jesús también demostró que este tipo de amor tiene un potencial de ingresos sin límites.