Mientras buscábamos maneras de hablar sobre el perdón inexplicable de Jesús, volvíamos a un mismo momento: cuando Jesús perdonó a las personas que lo pusieron en la cruz. Es un momento que casi se vuelve casi más difícil de comprender cuanto más piensas en él. Él dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo».
¿Cómo podría él, un hombre inocente, perdonar a las personas responsables de su muerte mientras sucedía? ¿Cómo podría perdonar a las personas que se burlaron y no mostraron remordimiento? Parece imposible, pero es lo que hizo.
Le pidió a un amigo que cuidara de su madre, consoló al hombre que estaba siendo crucificado junto a él y rogó a Dios que perdonara a las personas que lo pusieron en la cruz. Él vino a predicar el perdón, a dar perdón y, en ese momento en la cruz, a modelarlo.
Sus enseñanzas más antiguas, en el Sermón del Monte y en otros lugares, nos conducen hacia el perdón mutuo, y hay una razón para ello. Jesús sabía que buscar venganza o ajustar cuentas no satisface, y aferrarse al odio y al resentimiento solo engendra más de lo mismo.
El perdón es una calle de dos vías. Es una poderosa muestra de amor para quien está siendo perdonado, pero eso no es todo. También es una liberación de resentimiento para quien está perdonando. La elección de perdonar, aunque a veces es increíblemente difícil, es una elección que detiene el ciclo de daño y dolor, que cambia la página y que trae consigo verdadera paz. Es una elección que es buena para nosotros.
Aun cuando rechazar el odio y el resentimiento era difícil, Jesús eligió perdonar. Él ofreció ese perdón libremente y su llamado es para que nosotros hagamos lo mismo.