En la época de Jesús, un respetable maestro judío no se atrevería a considerar la posibilidad de tomar a una estudiante femenina bajo su instrucción. Tampoco se relacionaría con alguien que tuviera una enfermedad crónica o discapacidad, ya que se creía que esto era una muestra de mal carácter y linaje. Y ni hablar de tener relaciones que no respetaran las barreras étnicas y políticas que existían entonces. Eso también era mal visto.
Sin embargo, Jesús —quien, como maestro religioso judío tenía estas expectativas diez veces más grandes— no seguía ninguna de estas reglas. De hecho, hizo todo lo posible por romperlas.
Aunque hoy en día todavía hay lugares donde las mujeres, diferentes etnias y personas con discapacidades son abiertamente excluidas de la sociedad, puede ser difícil entender por completo lo impactante que fue el comportamiento de Jesús cuando, por ejemplo, consoló a una mujer porque sufría de años de flujo sanguíneo constante —un trastorno que se consideraba impuro—. O cuando, sin vacilar, trató con un hombre enfermo de lepra y otro con ceguera, y aún con otro que estaba paralítico. ¿O qué dices de cuando tuvo una conversación profunda a plena luz del día con una mujer que provenía de un pueblo cuyos habitantes eran comparados con perros y luego fue a visitar la casa de un hombre romano para atender a los enfermos allí?
Jesús buscaba incluir a todos en su ministerio, dándoles un lugar al cual pertenecer al tratarlos a todos con aprecio y respeto. Esto significaba que se pasó de la raya innumerables veces. Uno de los casos más notables ocurrió cuando se hizo amigo de una mujer que ampliamente se consideraba poseída por un demonio. Incluso hoy en día, podemos imaginar cómo esto podría haber generado habladurías. Pero debido a la compasión de Jesús, esta mujer encontraría su salud y se convertiría en una de las personas más influyentes asociadas con él. Su nombre era María Magdalena, y el hecho de que sepamos de ella más de dos mil años después es un testimonio de las barreras que Jesús borró exitosamente al simplemente ignorarlas.
Hoy en día, el legado de Jesús continúa desafiándonos a ser inclusivos de una manera real y a trascender las luchas físicas y mentales, el género y el origen étnico de las personas para que podamos realmente verlas. Y una vez que lo hagamos, es posible que descubramos —al igual que aquellos que conocieron a María Magdalena en su época— que las personas consideradas las peores de entre nosotros son las que más nos impactarán.