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¿Quién es mi prójimo?

3 min

Lo que Jesús creía era simple y claro —toda persona es un prójimo—. Todos en todo el sentido de la palabra, no solo aquellos en nuestro círculo con quienes tenemos algo en común, sino que también aquellos que ni vemos ni valoramos ni les damos la bienvenida. Y es cierto que no siempre se nos viene a la mente detenernos a observar a aquellos que no son ni nuestros seres queridos ni que forman parte de nuestra vida cotidiana. En un mundo que a menudo se siente más digital que tangible, no es secreto que nuestra capacidad para conectarnos entre nosotros está más reducida que antes. Y ni hablar de que nuestra atención, en un momento dado, pasa de una cosa a otra en lo que parecieran infinitas direcciones.

De una manera muy distinta, Jesús enfrentó desafíos similares. Claro, él no tenía la distracción de un teléfono inteligente, pero era un tipo popular que atraía multitudes. La gente buscaba su atención, sin embargo, él se tomaba el tiempo para dársela a quienes nunca la recibían. Él les prestaba atención a quienes estaban enfermos de lepra y los consolaba. Esta era la gente que todos los demás ignoraban, y, sin embargo, Jesús les mostraba un amor de prójimo. Pensamos en aquellos que, en nuestras vidas, nos pasan desapercibidos al caminar por la calle, en el pasillo del supermercado o que incluso viven a la par nuestra. El ejemplo de Jesús nos sirvió como un recordatorio simple, pero poderoso, de que él consideraba a todas las personas como prójimo. Así que quisimos que nuestro trabajo hiciera lo mismo, así fuera por 15 segundos

Jesús a menudo predicaba con su ejemplo. Al hacerlo, nos llevó a otro tipo de prójimo: aquellos a quienes no valoramos. Durante la época de Jesús, las mujeres eran relegadas a roles subordinados en una sociedad dominada por los hombres, pero Jesús no se doblegó al statu quo. Él les hablaba a las mujeres en público, lo cual era un tabú social. Él defendía a las mujeres en momentos de injusticia y, además, las involucraba en su ministerio. Él valoraba a las mujeres más allá de sus roles tradicionales y las trataba con amabilidad e igualdad. En nuestro mundo, es fácil valorar a aquellos que comparten los mismos valores que los nuestros o que pertenecen a nuestros mismos grupos, pero lo que nos inspiró fue la voluntad de Jesús de desafiar esa tendencia.

El tercer tipo de prójimo pareció saltarnos a la vista después de que examinamos la vida de Jesús. Nos dimos cuenta de que Jesús estaba inclinado a darles la bienvenida a los demás. Sus discípulos de confianza eran personas que nunca antes había conocido, y, aun así, los invitó a formar parte de su vida y construyó su plataforma junto a ellos. Jesús pudo haber recurrido a su familia u otras personas conocidas de su juventud, pero su prerrogativa era encontrar allegados que fueran considerablemente diferentes a él y diferentes entre sí para juntarlos. En ese sentido, él estaba profunda y deliberadamente opuesto al resto de la gente.

Estos ejemplos nos parecieron contundentes y quisimos crear un anuncio que reflejara cómo podrían verse hoy en día en nuestras vidas los desapercibidos, los subestimados y los no bienvenidos. Una vez que vimos las imágenes, la idea de que cada persona es un prójimo nos resonó aún más profundo. Vimos a cada una de estas personas como parte de un todo. Personas a las que les tenemos que ofrecer compasión porque si ellas florecen, todos lo hacemos. Cada uno de uno nosotros es parte de una comunidad mayor. Jesús lo sabía muy bien. Es por eso que él quería que usáramos nuestras diferencias como un catalizador de conversaciones que nos puedan llevar a invitarnos mutuamente y no a mantenernos distanciados.

Referencias bíblicas: Mateo 8, Juan 4: 5-30, Marcos 1:16