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¿Jesús se enojaba alguna vez?

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Enojo. Todos hemos pasado por él… tensos, con las mejillas calientes, la sangre hirviendo. Si tenemos suerte, a veces se pasa solo. Pero otras veces —la mayoría de las veces— tenemos que hacer algo en cuanto a él, y nuestras opciones son limitadas. Podemos esperar a que se nos pase, pero eso a veces puede convertirlo en un hervor de rabia persistente que es todavía más difícil de quitarnos. Podemos sacarlo, pero eso a veces —la mayoría de las veces— puede empeorar una mala situación. O podemos olvidarlo, aunque todos sabemos que es más fácil decirlo que hacerlo. El enojo es una emoción complicada.

Y aunque no lo creas, Jesús también lo experimentó… lo cual puede ser difícil de imaginar dada la imagen que mucha gente tiene de él. Pero la verdad es esta: Jesús fue un hombre que vivió en un mundo caótico y complejo como el nuestro. No estaba inmune al conflicto.

Durante su vida, las emociones de Jesús quedaron bien registradas en la Biblia. Se dice que lloró, amó, se regocijó. Y sí, él sintió enojo —en más de una ocasión. Lo enojaban aquellos que no dejaban de maltratar a otros después de haber sido reprendidos. Se enojaba cuando la gente no tenía compasión al presenciar sufrimiento. No le gustaba ver a los ricos aprovecharse de los pobres o a los hambrientos de poder alimentarse de los débiles. ¿Y los líderes hipócritas que hacían todo eso y más? Eso sí que de verdad lo irritaba.

Pero en todas estas instancias, vale la pena leer sobre cómo Jesús eligió responder a su enojo. Él poseía una paciencia particular. Se tomaba su tiempo antes de actuar y cuando finalmente lo hacía, mostraba una sorprendente carencia de malicia. Sus palabras no tenían crueldad en ellas. Sus acciones aparentaban no ser prejuiciosas. Incluso en sus momentos de mayor enojo (cuando sí, volteó la mesa de un mercader ladrón en un lugar de adoración), los testigos describieron su comportamiento con la palabra griega zelos, que se traduce a fervor. Ellos entendían que él no estaba motivado por la ira. Él tenía la energía y el entusiasmo de componer lo malo que veía.

Y hay algo importante que notar acerca de ese fervor —Jesús se enojaba cuando otros eran tratados injustamente, pero no se enojaba por su propia cuenta. Incluso cuando fue burlado, difamado y condenado a muerte, no respondió con agresión. ¿Por qué? Seguramente nadie lo habría culpado si lo hubiera hecho.

Tal vez Jesús sabía que el enojo es algo poderoso. Se puede usar para atraer la atención necesaria hacia la injusticia, pero también puede abrir brechas entre la gente muy fácilmente y Jesús se dedicaba a la reconciliación, no a la represalia. Cuando tenemos la razón en estar enojados en nombre de otra persona, podemos ser mediadores justos y buscar una justicia restaurativa. Cuando nosotros mismos somos los perjudicados, Jesús enseñó que la restauración viene al poner la otra mejilla.

Hoy en día, eso puede parecer imposible. Vivimos en un mundo donde nos hemos convertido en maestros en justificar nuestra propia ira por una u otra cosa. Pero Jesús nos dio un gran ejemplo a seguir al atravesar el laberinto del enojo. Si nos tomáramos el tiempo para dejar a un lado nuestra malicia y prejuicios personales… si nos deshiciéramos de nuestros egos y agendas egoístas… ¿cuánto enojo justificable nos quedaría en realidad? ¿Y cómo podemos seguir adelante partiendo del amor y el perdón en vez del enojo y de la ira para mejorar nuestras vidas y las de los demás?

Referencias bíblicas: Marcos 11:15-18, Marcos 3:1-6, Mateo 5:38-40
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