¿Qué pensarías si te dijéramos que si Jesús hubiera nacido hoy, fuera de un lugar recóndito? ¿Ese al que llamamos el quinto infierno? ¿Un área tan remota que tiene la reputación de no sacar a nadie de prestigio ni con educación? ¿El barrio bajo? Podría parecer extraño pensar así de Jesús, pero es verdad. En las Escrituras, una conversación entre dos hermanos, Felipe y Natanael, nos brinda contexto. Un día, Felipe conoció a Jesús, escuchó sus enseñanzas y sintió su amor. Estaba emocionado y fue a compartir las buenas nuevas con su hermano, quien respondió:
—¿Puede salir algo bueno de Nazaret?
En el momento de su nacimiento, la familia de Jesús se vio obligada a huir de Nazaret a Egipto después de que el rey Herodes decretara que todos los niños menores de dos años fueran asesinados. Sí, Jesús era un refugiado y la gente de su ciudad natal no era adinerada ni pertenecía a la élite de ningún modo. Nadie esperaba que nada positivo o prominente saliera de allí, ni mucho menos alguien que cambiaría el mundo para siempre.
Más de dos mil años después, las cosas no han cambiado mucho. Todo lo que necesitamos hacer es encender nuestros televisores y observar cómo los medios de comunicación describen a los inmigrantes y refugiados. A menudo son etiquetados como invasivos y problemáticos, silenciando sus razones para emigrar y sus contribuciones positivas. ¿Pero por qué?
La respuesta se encuentra, en parte, dentro del concepto de prejuicio inconsciente: podemos no conocer a un individuo, pero debido a su procedencia, el color de su piel o lo que lleva puesto, formamos prejuicios sobre él.
Me vi motivado a escribir este artículo porque entiendo personalmente lo que se siente ser ignorado debido a tu lugar de procedencia. A diferencia de Jesús, yo no soy de un lugar recóndito, sin embargo, yo también he sido juzgado por el lugar de donde vengo. Verás, en la escuela secundaria, yo era el chico nuevo de raza negra que se mudó de la peligrosa ciudad al suburbio en desarrollo. Esto les dio a los otros niños una narrativa falsa sobre cómo debían pensar de mí. Que yo sería más ágil. Agresivo. Problemático. Audaz. En sus mentes, no se me permitía existir tal y como yo era realmente, simplemente por mi apariencia y por venir de una parte de la ciudad que mandaba un mensaje opuesto.
Jesús también enfrentó estereotipos basados en las ideas de la sociedad sobre quién debería ser él. Es por eso que sus perseguidores inscribieron «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos» en la cruz durante su crucifixión. Fue su intento de burlarse de él, porque ¿cómo podría un hombre insignificante de una ciudad pequeña y olvidable llegar a tener algún tipo de poder o autoridad? Quizás la percepción que otros tenían de él habría sido diferente si Jesús hubiera nacido en una familia adinerada o en un área prestigiosa.
Jesús se empeñaba en llegar a aquellos que eran juzgados por su lugar de nacimiento o sus circunstancias. Hablaba con los samaritanos, los enemigos étnicos del pueblo judío. Hacía todo lo posible para animar a los leprosos, que habían sido marginados por sus comunidades. Conversaba con las mujeres, quienes tenían poco o ningún poder político ni autoridad social. Lo hacía por amor, y lo hacía de manera excepcional porque él mismo había experimentado un rechazo similar.
Jesús nos brindó un ejemplo del poderoso cambio que ocurre cuando elegimos pasar por alto lo superficial y dirigimos nuestra intención hacia comprender genuinamente a los demás. ¿Cómo podemos ser más como Felipe, ignorando la jerarquía social y juzgando a los demás no en función de sus lugares de procedencia, sino únicamente por el contenido de sus corazones?