Jesús era judío. Él asistía a las sinagogas de su localidad. Él frecuentaba el templo en Jerusalén. Pero a menudo, no era bienvenido. ¿Por qué? En el caso de Jesús, él cuestionaba abiertamente al clero y sus prácticas religiosas. Ellos estallaban de enojo cuando Jesús desafiaba sus doctrinas, creencias y tradiciones de antaño.
Podemos estar en desacuerdo con algo que está siendo predicado desde el púlpito o cuestionar la postura moral de alguna religión ante algún asunto. Sentimos ese rechazo aún más cuando hacemos preguntas sinceras solo para encontramos con burlas o animosidad por parte de otros miembros de nuestra iglesia.
Él creó división. Suscitó controversia. Muchos de sus seguidores se alejaron porque sus enseñanzas de amor incondicional eran tan radicales en aquel entonces como lo son en la actualidad. Las denuncias que Jesús hacía del odio, la intolerancia y el orgullo no les sentaba bien a los poderosos, elitistas ni moralistas. Ellos hacían todo lo que podían para hacerlo sentir incómodo en sus servicios religiosos porque él los hacía sentir incómodos a ellos. Pero ni eso impidió que Jesús continuara asistiendo y preguntando.