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¿Por qué somos tan malos en personificar los rasgos que más nos importan?

3 min

Jesús pedía mucho de sus seguidores. Él quería que ellos fueran lo mejor que pudieran ser, y Jesús no era ambiguo para demostrarlo. De hecho, dio toda una charla en la cima de una montaña donde explicó con bastante claridad cómo es vivir una buena vida —una vida plena—. Esa charla, la comenzó con unas declaraciones conocidas como «las bienaventuranzas», que básicamente significan «las bendiciones». Con ocho bendiciones, destacó ocho rasgos de personalidad a los que llamó «benditos». Creemos que esos son algunos de los rasgos que Jesús valoraba más. Rasgos como ser manso o humilde, misericordioso, forjador de la paz o puro de corazón. Encuestamos a más de seiscientas personas y, resulta que, los rasgos que Jesús valoraba son rasgos que nosotros también valoramos (al menos la mayoría de nosotros).

Así que casi todos estamos de acuerdo: la misericordia, la humildad y forjar la paz son todas cosas buenas. Específicamente, vemos que estas cosas son realmente buenas cuando las personas que nos rodean las demuestran. Ya sean nuestros amigos, nuestra familia, nuestros líderes comunitarios o simplemente extraños con los que interactuamos diariamente, es bastante intuitivo para la mayoría de nosotros que hacer la paces, ser misericordiosos y permanecer humildes son importantes y conducen a una comunidad floreciente. El 92% de las personas, independientemente de su formación religiosa, piensan que los líderes deberían personificar rasgos como aquellos de los que Jesús habló.

Pero cuando vemos el mundo que nos rodea, para muchos de nosotros, florecer no es una palabra que suela venírsenos a la mente. Así que debe haber una brecha o desconexión. Y creemos que sí la hay. Todos consideramos que estos valores son increíblemente importantes, pero no nos vemos los unos a los otros poniéndolos en práctica. Ni siquiera nos vemos a nosotros mismos poniéndolos en práctica. El 85% de las personas dicen que se beneficiarían de mostrar más misericordia hacia aquellos que las han herido.

Eso somos casi todos nosotros. Sabemos que la misericordia es buena, pero no tenemos mucha de sobra para dar los demás. Y cuando decimos todos nosotros, lo decimos en serio —esto es algo que parece ser el caso en todos los grupos demográficos y en todas las inclinaciones religiosas. Todos tenemos problemas personificando los rasgos que valoramos—.

Entonces, ¿por qué la brecha? ¿Por qué si hay un 87% de personas que piensan que personifican los rasgos que Jesús valoraba, pero luego, cuando se les preguntan rasgos específicos, se retractan? ¿Por qué no vemos una abundancia de esos rasgos que todos valoramos en el mundo real? Creemos que la respuesta es bastante simple: porque esos rasgos son extremadamente difíciles de personificar. Convivir bien no es algo que se nos venga naturalmente —tenemos que aprender a hacerlo, y en ese proceso, tenemos que desaprender todo tipo de otros hábitos y otras inclinaciones que se interponen en el camino.

Si alguna vez has intentado aprender un segundo idioma, conoces lo difícil que es. Constantemente pronunciar mal las cosas, olvidar las palabras, hacer el ridículo a pesar de tus mejores esfuerzos. Es un proceso difícil. Pero si sigues con él, se abre una forma completamente nueva de ver el mundo. El amor de Jesús y los rasgos que más le importaban son iguales. Si queremos ser mejores, tenemos que practicar y practicar. Jesús llamó a sus seguidores a que literalmente practicaran lo que predicaban —no solo para evitar ser hipócritas, sino también para realmente ser mejores en las cosas que conducen a una vida floreciente.

Referencias bíblicas: Mateo 5:1-12
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