«La esperanza es algo peligroso. La esperanza puede volver loco a un hombre». Si eres un apasionado del cine, reconocerás al instante esas palabras pronunciadas por Red, el personaje interpretado por Morgan Freeman en la película Shawshank Redemption (o la novela, si eres un ratón de biblioteca). Ahora, si eres un verdadero fanático de la película, sabrás que la esperanza es definida por otro personaje como: «algo bueno, lo mejor de la vida». Traigo esto a colación porque escuchamos tantas cosas distintas sobre la esperanza que parecen contradecirse entre sí. Se nos dice que no alimentemos falsas esperanzas y que tengamos cuidado en qué depositamos nuestra esperanza, después se nos dice que crucemos los dedos y esperemos cosas buenas o que creamos que no hay mal que por bien no venga. Así que ¿cuál es? ¿Es la esperanza algo peligroso o lo mejor de la vida?
Resulta que Jesús no hablaba mucho de la esperanza en sí, pero sus seguidores hablaban de ella todo el tiempo. Hablar de esperanza e instar a otros a tener esperanza parecía ser un efecto secundario de pasar tiempo con Jesús; y si vemos las cosas que Jesús hacía y decía cuando estaba con sus seguidores, eso empieza a tener sentido. Pero primero, definamos nuestros términos. Cuando hablamos de esperanza hoy en día, usualmente nos referimos a un sentimiento de expectativa y deseo de que algo suceda. Gracias, Diccionario Oxford. Pero en la época de Jesús, la esperanza significaba algo un poco diferente. De hecho, podemos simplemente cambiar un poco las palabras en esa definición para llegar a verlo: en la época de Jesús, parece que la esperanza era un sentimiento de expectativa y deseo de algo que sucederá.
Primero, veamos el tipo de esperanza moderna y común que se refleja en una historia bastante famosa que Jesús contaba llamada El hijo pródigo. A grandes rasgos, la historia es sobre un hijo que corta lazos con su familia, le falta el respeto a su padre, se va de casa, despilfarra su herencia y luego vuelve tímidamente a casa para ser bienvenido inesperadamente con una gran celebración. El final de esta historia es la parte que nos da una idea de cómo Jesús veía la esperanza. De la manera que Jesús lo cuenta: «Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó». Yo creo que Jesús incluyó «Todavía estaba lejos» por una razón: esto evoca esa imagen del padre viendo por la ventana cada día, esperando ver a su hijo caminando hacia la casa —esperando algo que podría no suceder—. Ahora bien, la lectura de esa historia deja mucho a la imaginación, pero incluso sin llenar los espacios en blanco, la celebración del padre por el regreso de su hijo todavía cumple con nuestra definición de esperanza. Él verdaderamente deseaba que su hijo volviera a casa, y cuando lo hizo, él celebró. Jesús nos estaba mostrando a un buen padre que espera lo mejor para sus hijos, incluso cuando sus hijos no le devuelven el favor. La esperanza es algo bueno, sobre todo cuando dirigimos nuestra esperanza hacia los demás.
Pero la vida de Jesús también nos muestra un poco sobre ese segundo tipo de esperanza; el tipo que vive a la luz de algo que sucederá con certeza. Bueno, más o menos. Ya verás a lo que me refiero. Jesús pasaba mucho tiempo con un grupo complicado: recaudadores de impuestos, borrachos, pecadores. Cuando la élite religiosa lo confrontaba por esto, su respuesta era perfecta: «No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos». Jesús esperaba lo mejor para quienes lo rodeaban de la misma manera en que un doctor espera lo mejor para sus pacientes. Ellos no se sientan sin hacer nada esperando que su paciente mejore —ellos encuentran la causa fundamental de la enfermedad, desarrollan un plan de tratamiento, revisan frecuentemente y hacen todo a su alcance para ayudar al paciente a sanar—. Ellos esperan y desean que sus pacientes se mejoren y trabajan por ello. Jesús abordaba sus relaciones de la misma manera. Él quería y deseaba lo mejor para quienes lo rodeaban y trabajaba para que sucediera. Este tipo de esperanza es una esperanza activa, y cuando eres un «doctor» tan comprometido como Jesús, esto viene con un nivel de certeza de que la cosa que deseaste sucederá. Puede que no sea certeza al 100 %, pero es certeza suficiente para cambiar la esperanza de un simple deseo a una expectativa sincera.
Nótese que, sin embargo, en ambas situaciones la esperanza de Jesús fue dirigida hacia los demás. Él esperaba lo mejor para la gente que lo rodeaba y les enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo. ¿Qué pasaría si trabajáramos activamente hacia la esperanza cuando podemos y aún nos aferráramos a ella cuando no podemos? Apuesto a que comenzaríamos a ver y tratar a las personas que nos rodean de la misma manera que Jesús lo hacía.