Mientras estudiábamos la vida de Jesús, notamos una tendencia— Jesús mostraba una empatía inmensa hacia los pobres y necesitados. ¿Pero por qué? Entonces lo vimos. Jesús mismo era vagabundo. Él notaba que las aves tenían nidos y los zorros agujeros, pero él no tenía dónde reposar cada noche. Su vida fue una de simplicidad y carencia.
El hombre que rogó a Dios, “Danos hoy nuestro pan de cada día”, pasó hambre. El hombre que ofreció “agua viva”, irónicamente, conoció la sed.
Su vida no era lujosa ni fácil. Él trabajaba con sus manos. No tenía un clóset lleno de ropa ni una alacena llena de alimentos. Él era un nómada dependiendo de la bondad y generosidad de otros.
Este era el Jesús con el que sabíamos que muchos podrían relacionarse. Gente que lucha para pagar la renta. Padres que afrontan el dilema de tener que ir a un trabajo de salario por hora o bien quedarse en casa con un niño enfermo. Gente muy trabajadora que tiene dos o tres trabajos solo para poder llenar el tanque de gasolina y sus refrigeradores.
El cansancio, la incertidumbre y la lucha son todas cosas que hoy en día nosotros y el Jesús de hace dos mil años tenemos en común.